Ese viaje

Por Milner Romero.

Me clasifico en ese grupo de gente que aspira a viajar, que sueña dormido y despierto con la posibilidad de viajar, que —quizás, erróneamente— cree que cuando más alejado es el destino, más se disfrutará. 

Viajar, así como leer, necesariamente deja aprendizajes, de última, si sos demasiado “aká trapo” por lo menos el nombre de los pueblos por donde pasas o el nombre de los aeropuertos de las escalas te quedan; o quizás el nombre de alguna comida que se robó tu atención por sobre los paisajes.

La cultura del viaje está muy asociada a la cultura de disfrutar de las vacaciones. Es innegable que el periodo vacacional no representa lo mismo para todos: en ciertos casos es, efectivamente, tomarse un vuelo, un bus de larga distancia o el auto y mandarse a mudar.

En otros, es quedarse en la casa y compartir con la familia, amigos o simplemente disfrutar de lo que sea que provee la televisión, y en otro grupo se encuentran las personas que aguardan las vacaciones para no hacer actividades y ahorrar pasaje, almuerzo o pago de estacionamiento a los carruajes que se hicieron de profesión “cuida-coches”. 

Pero, esta asociación no necesariamente debe ser un maridaje. Viajar aplica perfectamente fuera de vacaciones, es más, en ocasiones resulta hasta más gratificante las famosas “escapadas” de fines de semana a algún punto del interior, o si la billetera está forjada en buen cuero, un ASU/BUE, BUE/ASU o ASU/RÍO, RÍO/ASU. La escapada es tan satisfactoria como el asajé pyta´í, siendo en esta comparación las vacaciones el sexo de una noche de verano. 

¿Quién no regresó recargado de una visita a la bellísima Encarnación, tras haber transitado los hermosos paisajes de Paraguarí, los extensos campos contoneados con cerros del territorio de las Misiones, y la bienvenida visual que Carmen del Paraná adelanta a quienes ansiamos sentarnos a disfrutar del poderoso río Paraná en la Playa San José? 


A este breve hechizo que se posa sobre nuestras vidas cuando iniciamos el derrotero y que desaparece cuando regresamos al día a día, hay que restarle los quebrantos que generan el estado de los caminos y la falta de compromiso con la vida de quienes asaltan los caminos sin tomar las debidas precauciones.

De todos modos, el efecto viaje perdura en los días y se extiende en los recuerdos, ya sea por las deliciosas experiencias o por el cambio de la rueda en llanta en un polvoriento camino, o por la pérdida de alguna conexión o la mala experiencia con la azafata nivel Miss Paraguay con el carácter de un carretillero del Mercado “4”.


Servirse el desayuno en un lugar desconocido, con la esperanza de que sea tal y cual como la describieron en el tríptico que motivó tu elección y quedar satisfecho es una victoria del anfitrión y de tus aspiraciones, así como encontrar la cama hecha con los espacios distribuidos tal como lo visualizaste en el mail que te enviaron y que te entreguen el control de la TV funcionando y con pilas.


¿Qué darías por viajar hoy? Así como estamos, lo primero que haríamos muchos  es traicionarnos y responder “¡Sí!”